Haciendo referencia a los modelos de administración de la convivencia, se pueden distinguir tres: punitivo, relacional e integrado. Lo primero a tener en cuenta, es que todos ellos tienen una sanción al no cumplimiento de las normas, pero la diferencia es cómo se llevan a cabo las sanciones en cada uno de distintos modelos.
El modelo punitivo se basa en el castigo y no utiliza la comunicación para resolver el conflicto. No le importa el antes, ni el después, ni cómo se puedan sentir las partes afectadas, sino que actúa aplicando una sanción como medida principal.
Estamos ante un desacierto, ya que no se tienen en cuenta las causas, consecuencias ni personas implicadas en el conflicto, mientras que, en el segundo modelo, el relacional, da la oportunidad de buscar las causas al problema y llegar a un acuerdo a través del diálogo.
A diferencia del modelo punitivo, aquí sí existe una reparación y una resolución, sin embargo, la reconciliación se piensa que podría darse a largo plazo, no se busca, como en el último modelo: el integrado.
En este último, se supera el ámbito privado para pasar al público, es decir, que el grupo influye en la relación entre personas (todos son partícipes de la situación), y hay un protocolo establecido y legalizado, con normas y correcciones, donde se acude a un sistema de diálogo para buscar soluciones.
Además, a diferencia del modelo anterior, la participación siempre es voluntaria, por lo que se puede comprobar que las personas implicadas están decididas a buscar soluciones.
En cuanto a mi experiencia personal, en los períodos de educación infantil y el primer ciclo de primaria, tuve la mala suerte de toparme con un profesor/director que se basaba en métodos tradicionales de enseñanza a base de “oír, ver y callar”, y una disciplina estricta, la cual, si era incumplida, el alumno era sometido a tipos de castigos como copiar “no haré…” (Ciertas cosas), o quedarte sin tu tiempo de recreo, sin la posibilidad de explicarse o resolver el conflicto de otra manera. Además de ser un “castigo global”, donde si uno hacía algo, todos pagaban por ello. Aunque esto no debería ocurrir en ninguna etapa de nuestra enseñanza, a esto hay que sumarle que éramos niños de entre 3 y 8 años de edad, lo que agrava la situación, si cabe, aún más.
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